¿Qué es escribir bien?

La gente confunde escribir de manera correcta con escribir bien. Respetar las reglas de gramática, ortografía, y utilizar un vocabulario limpio, preciso y extenso no es escribir bien, ni siquiera dominar los recursos de la narrativa, el desarrollo de los personajes o contar la historia de una manera que atrape el lector.

Claro está, y es obvio, que se podría considerar esta una definición extremista y radical, pues a nadie le parecería que escribir bien requiriese algo más allá de dominar la perfección técnica. Sin embargo, mi definición se apoya en que escribir bien debe ser la respuesta a: ¿qué hace a un buen escritor? Por ello, considero que solo escriben bien los buenos escritores, cualquier otro ejemplo no es más que una escritura correcta, que, por supuesto, debería ser lo mínimo a exigir en un libro publicado. Autores como Arturo Pérez-Reverte, Gómez Jurado, James Dashner o incluso Stephen King y J.K. Rowling no son buenos escritores.

Sus libros venden millones de unidades, se les traduce, se les adapta a la gran pantalla y, algunos más que otros, disfrutan de una horda de fans indivisibles, pero siguen sin escribir bien. Indudablemente, sus historias son interesantes, atrapan y en muchos casos crean un mundo verosímil por sí mismos, pero no hay nada de esto, absolutamente nada, que diferencie su genialidad de la que pueda tener un guionista de cine o un dramaturgo. Para cualquier arte, debemos asumir, al menos en mi opinión, que solo son buenos artífices (o artistas siquiera) aquellos que dominan de tal forma el medio en el que se expresan que sus obras solamente se pueden expresar en plenitud en ese medio. Solo son buenos artistas aquellos cuyo arte es tan dependiente del medio como el medio de su arte, debe ser una dicotomía indivisible, una cara cóncava y convexa de una misma moneda.

A este respecto, y teniendo entonces en cuenta que nos estamos refiriendo inevitablemente a la literatura, surge la pregunta: ¿qué hace a la buena literatura? En este sentido, me apoyo directamente en este fragmento transcrito de una conferencia de Borges:

La poesía es el encuentro del lector con el libro, la lectura del libro, el descubrimiento del libro. Y también hay otra experiencia estética, que es el momento muy extraño también, en el cual el poeta concibe la obra, en el cual va descubriendo, inventando la obra, porque según se sabe en latín, las palabras inventar y descubrir son sinónimas. [...] Cuando yo escribo algo, yo tengo la sensación de que todo eso preexiste. Yo parto de un concepto general, yo sé más o menos el principio y el fin, y luego voy descubriendo las partes intermedias, pero no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependen de mi arbitrio, las cosas son así, son así pero están escondidas, y mi deber de poeta es inventarlas. Por eso, creo que Bradley dijo que uno de los efectos de la poesía debe ser el darnos la sensación, no de encontrar algo nuevo, sino de recordar algo olvidado.

Pese a estar hablando de poesía, creo que se debe generalizar a la literatura en su totalidad, pues la habilidad del escritor —o del poeta— debe ser aquella de utilizar el lenguaje para describir lo inefable, para contar lo incontable y para hacer sentir tuyo el escrito. La habilidad del escritor reside en saber utilizar el lenguaje de tal manera que resida tanto en su forma como en su contenido —a partes más que iguales, inseparables— su genio. En ese sentido, creo que hay un pequeñísimo fragmento de un artículo de la revista Sciences Humaines que justifica todavía más y más hondamente esta sensación de familiaridad platónica tan importante para la cosmovisión borgiana de la poesía.

À cet égard, l'une des dimensions les plus frappantes de la lecture d'un roman consiste dans sa fonction télépathique. En lisant un roman, tout lecteur se surprend à proférer mentalement des idées qui ne sont pas les siennes. [...] Cette intériorisation de l'autre explique l'intimité exceptionnelle que nous ressentons à l'égard de certains personnages. Nous les sentons vivre, parler, agir « en nous ». Cette expérience si particulière, tantôt dérangeante, tantôt ré-jouissante, aucun film ne peut la reproduire.
En este sentido, una de las dimensiones más sorprendentes de leer una novela es su función telepática. Al leer una novela, todo lector se sorprende a sí mismo asimilando mentalmente ideas que no son las suyas. […] Esta interiorización de lo ajeno explica la intimidad excepcional que sentimos hacia ciertos personajes. Los sentimos vivir, hablar, actuar 'dentro de nosotros'. Esta experiencia tan particular, a veces perturbadora, a veces alegre, ninguna película puede reproducirla. (Traducción propia)

Tanta debe ser la sensación de familiaridad que los propios personajes se nos deben hacer propios, debemos encontrar, sin querernos, pensando como los personajes. Y, convendrán muchos conmigo que, en algunos momentos, pareciera que uno mismo ha asimilado la vida, las enseñanzas y la filosofía de cada uno de los personajes que hemos leído. Precisamente, como se menciona en el artículo, esta sensación «telepática» es una característica esencial de la novela y, parcialmente, de la literatura. Esta sensación se debe, y se ve siempre apoyada, en el uso del lenguaje escrito —de la lengua escrita si queremos ser precisos— que describe la realidad de una forma tan lejanamente cercana que solo escrito o dicho cobra sentido.

Me atrevería, así, a expandirla, y definir concretamente una máxima a través de la cual se podría evaluar un «buen escritor». Un buen escritor debe ser aquel que es capaz de expresar, a través de imágenes, recursos, adornos o silencios, aquello que para nosotros, aún familiar, nos resulta propiamente imposible explicar. Un buen escritor debe ser capaz de introducir con tal cercana familiaridad conceptos, pensamientos, sentimientos que creamos haber encontrado un sentimiento perdido que creíamos olvidado. La buena literatura debe hacernos, innovando, recordar.

Tampoco abogo por que los sentimientos, las ideas o las temáticas deban ser siempre consabidas, la originalidad cabe —y debe buscarse— en la buena literatura, pero inequívocamente vendrán insuflados con una liviandad y ligereza familiar que nos haga creer que las conocíamos, o que nos harán asimilarlas por nuestros, por muy alejadas que estén de cómo pensamos.

Notarán que no he mencionado la correcta ortografía y gramática, esto es porque la creo absolutamente superflua e innecesaria. La teoría narrativa, el dominio de la creación de historias, conflictos y personajes no la creo innecesaria, pero la veo incompleta. La historia de un libro es referida a su estructura, se puede reducir a un esquema, a una lista desorganizada de características de personajes y a puntos de conflictos que son capaces de verse en una línea. No niego que tenga algo de importancia, pero, cuando leemos, pasamos más tiempo viendo cómo se cuenta que qué se cuenta. Para lo último vasta con un resumen vago encontrado en Internet, para lo primero, es siempre necesario leer la obra. Por ello mismo, tiendo a no prestarle demasiada atención a la historia, y me centro más en el estilo intrínseco del texto.

Aquel escritor que es capaz de expresar lo que nosotros no podemos, o no podemos hacer con la misma precisión o con la misma certeza, séase porque utiliza técnicas nuevas o porque introduce temas e ideas nuevas, es un buen escritor. El resto, pese a ser correctísimos escritores, solo saben escribir correctamente.

Cualquiera de nosotros escribiría: «el silencio de los verdes campos», un buen escritor tal vez se acercaría más a: «el verde silencio de los campos».