El español no es para aforismos

El español no es un buen idioma para aforismos. Ojalá lo fuera. Incluso la frase anterior, con la que empiezo el texto, se aleja de su versión aforística: el español no es idioma para aforismos.

El español son frases largas, discurridas, montadas las unas sobre las otras. Es la brisa dulce del mar de verano que acaricia suavemente la piel que descansa sobre la orilla entre el agua y la arena. Se arrastran las palabras y nos olvidamos, casi siempre, de que se pueden poner puntos, comas, o incluso punto y coma —solo para el hábil—.

Corremos de puntillas sobre los enormes párrafos verborreicos con los que hablamos, tocamos cada una solo brevemente, lo justo para poder dar el siguiente paso. Hay veces que solo nos entendemos entre nosotros, corredores, que estamos acostumbrados a esa velocidad.

Por eso no hacemos aforismos. Ni yo, que quería empezar así, pude resistirme a discurrir a lo largo algo que se podría reducir a pocas palabras.

¿Pero quién querría hacer aforismos? Podemos deleitarnos en el lenguaje. Esa manera de hacer discurrir, tan particular de los que hacemos este idioma, es más pausada, más lenta. No se debe buscar la eficiencia, la optimización, el camino más corto. Busquemos pararnos a oler las flores.

Hablamos así, extensamente. Vivimos así, entre sobremesas y distentidas conversaciones. Vivamos así. Damos rodeos hablar, narramos incesantes descripciones y a menudo abandonamos el hilo principal sin volver a retomar jamás. Para algunas personas, esto es perder el tiempo. Yo, que valoro el tiempo de estas personas, resumo ahora mismo, sucintamente, este texto:

El español no es para aforismos.