Antes del tacto

Se deshacía la tarde sobre el balcón. Los rayos atravesaban las persianas y dibujaban sobre su nuca leves líneas que palpitaban. Yo las veía moverse con su pulso.

«Estás muy callado. ¿En qué piensas?»

«No pienso.»

Brotó suave una gota de sudor de su sien. La vi recorrer la curva de su pómulo, detenerse en la comisura de sus labios, temblar ahí. Ella sabía que yo seguía su trayecto. Se pasó la lengua por los labios y la gota desapareció. Yo sentí ese gesto en mi propia boca.

«Entonces ¿qué haces tan callado?»

«Mirarte.»

Giró su cuello, solo un poco. La luz fina avanzaba a través de su hombro, se resbalaba por su brazo, por su mano, por sus dedos.

«¿Has notado cómo cambia el aire justo antes de que alguien te toque?»

«No lo sé.»

«Piensa.»

Le hice caso.

Pensé, callado, solo, durante un tiempo, mientras nos bañaba el barniz transparente del silencio.

«El aire que precede se vuelve denso, cuesta atravesarlo. Parece más fácil esquivarlo, rodearlo, llevar tu tacto lejos. Por eso siempre es valiente tocar.»

«¿Eres valiente?»

«Apenas.»

El calor nos volvía porosos. Cada partícula de aire entre nosotros vibraba con una frecuencia grave, lejana. Ella se movió, un desplazamiento mínimo del hombro, y la luz cambió sobre su clavícula. Cerró los ojos. Los abrió. Parpadeó. Entre sus pestañas quedó atrapada una gota minúscula que refractaba toda la habitación.

«¿De qué te sirve?, entonces.»

«¿El qué?»

«Conocer lo que viene antes del tacto.»

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera.

Su dedo sobre mis labios. Mi boca abriéndose.

Buscas las daliscas de mi espalda con tu aliento. Nos estamos deslíeando, yo busco tus tiérnulas más hondas y tú te ondeas, me ofreces tu núcula entera perfumada de nácar y azahar. Murmúleo galasuras de marfil y laca. Somos traslúcidos. Cada poro se nos abre en pétalos diminutos. Me arqueo. Te dulceas debajo, nos fundimos en un solo fluir glisante hasta convertirnos en agua tibia.

Y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

«¿Hola? No me has respondido»

«Perdona, me he perdido un momento.»

«¿De qué te sirve conocer lo que viene antes del tacto,

si nunca tocas?»

Me desperté. La habitación vacía. El libro abierto sobre las sábanas. La tarde deshecha en noche. Mis yemas húmedas.